02/06/2022
Carlos Ruiz Villasuso:
Juan El Hereje llegó a Las Ventas, catedral de la ortodoxia del toreo. Llegó no converso a una nueva religión, sino siendo Leal a su verdad. Y sabiendo torear. Toda propuesta que se aleja de la verdad única es herejía, pero como en el toreo la única verdad es ir por derecho y de verdad, el público se sumó a la que derrochó sobre la arena este torero. Que fue mucha.
Ahí quedó un toreo al natural impecable en el segundo toro, el de buen embroque y fondo de la corrida. Irreprochable en una faena de valor al un jabonero viejo y basto. Y hereje torero al despreciar la vida a costa de su verdad en el que cerró plaza, otro toro basto y viejo y aún de peor condición. Mató tres por cogida de Rafael González.
Tiene Juan Leal lo que tiene su propuesta: un inmenso fondo de querer de verdad. Hace tiempo se barruntaba que ese inmenso fondo pudiera tragarse al toreo. A su evolución. Y, por otra parte, que, evolucionado hacia la llamada ortodoxia, perdiera su alma.
La tarde de hoy en Madrid, donde unió el toreo más cabal, la mente más despejada y el montarse encima de lo que sólo quiere coger al hombre y no el engaño, lo sitúa en un camino. Protestas de la verdad única aparte, incluso me atrevo a decir que ese arrimón al sexto nada tuvo de angustia, sino que fue tan cabal como arrojado, pues sólo por esa vía, con ese toro, se podía abrir la Puerta Grande, o, al menos, intentarlo.
Grande y muy pasado de edad, el toro se hizo con mando en plaza hasta un inicio de faena de sus pases cambiados por la espalda. Esa inercia se transformó en un maquiavélico ir y venir al cuerpo por los dos pitones, poniéndole el toreo el engaño de verdad. Cerrado con él, tiró de ese querer, montándose encima, poniendo por delante barriga y pecho de forma leal. No sé la reacción del público si el toro rueda tras estocada a vivir o morir que cayó tendida. Eso de dar un aviso con el toro y tragándose la muerte, es de imbécil taurino, presidente. No es falta de respeto, sino descripción.
Esa faena fue la antítesis de la que le hizo al segundo. Ya se había echado el capote a la espalda en quite al primero, y con el segundo, que, como toda la corrida no se dejó pegar un lance, Juan el Hereje hizo buen toreo. Llamar la atención de rodillas y cuidando al toro casi a media altura y en larga distancia. En este terreno de afuera, el toro no podía y, más cerrado, fue buscando teclas, variando distancias, hasta hallar la clave para trazar un toreo largo, limpio de mano baja y profundo. Creyó en el toro y en lo que hacía, en su religión, y fue metiendo al público en faena. Desde muy cerca lo llevó limpio, por abajo y largo antes de una estocada cuya ejecución es pura herejía, pero ortodoxia pura en su letalidad y colocación. Oreja.
El cuarto fue un jabonero que cumplía los seis años en un mes. Al borde del desahucio, el toro llegó a Madrid para cumplir en varas, donde no se le recargó, embistió a arreones, tiró feos tornillazos y escarbó mucho para sorprender. Tragando una barbaridad. Llegarle, tragar y titar. Se llegó a montar encima del toro que, le pegó tremenda voltereta avisada. No estaba de pie y ya tenía la muleta en la mano para ponérsela con la izquierda. Un caso. Un pinchazo arriba pudo privarle, también esta vez, de una más que posible petición. Este hereje que salió cosido a varetazos de la mismísima catedral de la ortodoxia, sale reforzado en su propia maldición: que el fondo nunca le arrastre. Pero que no pierda el lado salvaje de la vida que tiene el propio toreo.
Fotos: Plaza 1